En el corazón de Madrid, en la calle Narváez, se encuentra un emblemático kiosko que ha sobrevivido a los embates del tiempo y la modernidad. Este kiosko, conocido por su deliciosa horchata, es el último de su tipo en la capital y es regentado por José Manuel, un miembro de la cuarta generación de la familia Guilabert. Esta familia, originaria de Crevillente, Alicante, emigró a Madrid en 1910 y ha mantenido viva la tradición de vender horchata, una bebida típica de la región valenciana, incluso después de la devastadora Guerra Civil. A lo largo de los años, el kiosko ha cambiado de ubicación, pasando por lugares icónicos como Cedaceros y Plaza del Carmen, hasta establecerse en el barrio de Salamanca en 1944.
**La Elaboración de la Horchata: Un Proceso Artesanal**
La horchata que se sirve en este kiosko no es un producto industrial. José Manuel se enorgullece de seguir un proceso tradicional que ha sido perfeccionado a lo largo de los años. Cada noche, la chufa valenciana, el ingrediente principal de la horchata, se pone en remojo. Por la mañana, se tritura y se prensa con agua para extraer el jugo, que luego se filtra en dos fases para eliminar impurezas. Este método garantiza una horchata limpia y con un sabor natural, sin la adición de conservantes ni estabilizantes. A diferencia de otros establecimientos que optan por comprar horchata ya elaborada, aquí todo se produce de manera artesanal, lo que asegura la frescura y autenticidad del producto.
Además de la horchata, el kiosko ofrece otras bebidas tradicionales como el granizado de limón, hecho con zumo natural, y agua de cebada, una bebida que ha caído en desuso en la capital. José Manuel explica que esta última es muy típica de Madrid, pero pocos la elaboran hoy en día. La familia ha mantenido estas tradiciones, no solo por el amor a su oficio, sino también como un homenaje a la cultura madrileña.
**Un Legado Familiar en Peligro de Extinción**
A pesar de su larga historia, el futuro del kiosko no está asegurado. José Manuel ha compartido que su hija ha ayudado en algunas ocasiones, pero no está interesada en continuar con el negocio familiar. «Es difícil querer seguir con esto. Hay que renunciar a muchas cosas», comenta con resignación. Él mismo asumió la responsabilidad del kiosko tras la jubilación de su tía, y aunque no tiene planes inmediatos de retirarse, es consciente de que esta tradición podría desaparecer. La proliferación de franquicias y la falta de interés de las nuevas generaciones en oficios tradicionales hacen que la continuidad de este kiosko sea incierta.
A lo largo de los años, el kiosko ha sido un punto de encuentro para miles de clientes de todas las edades. Muchos de ellos son personas mayores que recuerdan haber visitado el lugar con sus padres cuando eran niños. A pesar de los cambios en la zona, con la llegada de grandes centros comerciales y franquicias, el kiosko ha logrado mantenerse a flote, gracias a su clientela fiel que regresa cada verano.
**La Influencia de las Redes Sociales en la Clientela**
En los últimos años, el kiosko ha visto un aumento en el número de visitantes curiosos, muchos de los cuales lo descubren a través de las redes sociales o reportajes en medios de comunicación. José Manuel ha notado que, tras aparecer en televisión, la afluencia de nuevos clientes se incrementa notablemente. «De repente, viene gente que no nos conocía y quiere probar la horchata», dice. Aunque ha recibido a personalidades conocidas, él prefiere no hacer alarde de ello, enfatizando que los verdaderos pilares de su negocio son los vecinos que regresan cada año.
El kiosko abre sus puertas entre abril y octubre, coincidiendo con los meses más cálidos. Durante este periodo, José Manuel y su equipo trabajan incansablemente, abriendo todos los días, excepto en una única festividad: el día de la Virgen de la Paloma. Esta dedicación y compromiso con la tradición son lo que ha permitido que el kiosko siga siendo un símbolo de la cultura madrileña, a pesar de los desafíos que enfrenta.
La historia del kiosko de horchata en Madrid es un testimonio de la resiliencia familiar y la importancia de preservar las tradiciones. En un mundo cada vez más dominado por la modernidad y la estandarización, este pequeño establecimiento se erige como un bastión de la cultura local, recordándonos la riqueza de nuestras raíces y la necesidad de valorar lo auténtico.